Estados Unidos desplegó bombarderos estratégicos frente a Venezuela en una nueva demostración de fuerza que transforma la presión geopolítica en arquitectura militar tangible. Los B-1 Lancer, volando desde Texas hasta las inmediaciones del espacio aéreo venezolano, marcan un punto de inflexión en una campaña que ya no es táctica sino estratégica. Este despliegue coloca a la región ante un escenario sin precedentes.
La Fase Visible: Bombarderos de Largo Alcance en Acción
Washington ha desplegado bombarderos estratégicos frente a Venezuela con una frecuencia inédita. Los B-1 Lancer, provenientes de la base Dyess en Texas, sobrevuelan las inmediaciones sin ingresar al espacio aéreo soberano, pero lo suficientemente cerca para constituir una señal inequívoca de disponibilidad de fuego a distancia. Estos aparatos, con capacidad supersónica y gran carga bélica, representan el músculo pesado de la aviación estadounidense.
Además, este despliegue se suma a demostraciones previas con B-52 y F-35B. Actualmente, el teatro operativo incluye ocho buques de guerra, un submarino, P-8 de patrulla marítima, drones MQ-9 Reaper y un escuadrón de F-35 adelantado. Por tanto, la novedad no radica en la capacidad sino en la frecuencia: lo que solía ser un ejercicio anual se ha convertido en una cadencia sostenida que crece bajo el argumento de vigilancia y destrucción de lanchas.
Arquitectura de Mando y Persistencia Operativa
Los rastreos de tráfico aéreo revelaron parejas de B-1 con identificadores BARB21/22 y aviones nodales. Estos incluyen KC-135 para reabastecimiento, RC-135 ISR y un E-11A BACN, componiendo una arquitectura de mando y enlace propia de operaciones complejas. En consecuencia, esto no constituye un gesto simbólico sino una estructura habilitante para operaciones de mayor envergadura.
El precedente inmediato con B-52 en la misma zona, descrito por el Departamento de Defensa como «demostración de ataque», refuerza esta lectura. Washington está montando un entorno desde el que podrá golpear sin necesidad de preposicionar bombarderos en bases regionales, explotando la autonomía estratégica del ala pesada. Asimismo, esto permite acciones fuera del alcance táctico venezolano.
Del Mar a Tierra: La Transición Estratégica
La campaña contra embarcaciones sospechosas cumple una doble función estratégica. Con al menos siete ataques confirmados a lanchas rápidas y un submersible desde septiembre, produce efectos cinéticos inmediatos. No obstante, también normaliza el uso de poder letal sin autorización explícita del Congreso sobre blancos designados políticamente como «narco-objetivos».
Trump declaró abiertamente que, agotada la fase marítima, los ataques podrían trasladarse a tierra contra instalaciones de distribución o producción. Exoficiales de la USAF admiten que la plataforma B-1 es idónea para ese escenario. Mientras tanto, el Congreso republicano ha bloqueado intentos de acotar la autoridad presidencial, difuminando deliberadamente la línea entre guerra contra carteles y coacción estratégica sobre el régimen.
El Trasfondo Geopolítico: Tres Ciclos Fallidos
Antes de que reaparecieran los bombarderos estratégicos frente a Venezuela, Washington había consumido tres ciclos sin éxito: sanciones máximas, negociación política y reconocimiento de un gobierno paralelo. Todos fallaron en desalojar a Maduro, protegido por un aparato de contrainteligencia cubano y blindado por el alineamiento con Rusia, China e Irán.
El viraje hacia la coerción militar replica un repertorio con larga genealogía en América Latina, pero aquí con un propósito deliberadamente ambiguo. Destructores con Tomahawk, fuerzas especiales embarcadas, medios ISR y fuego de precisión componen un arsenal que funciona entre la disuasión y la amenaza real. Igualmente, este despliegue envía mensajes hacia actores extrarregionales que sostienen al régimen venezolano.
Los Límites Operativos y Riesgos Catastróficos
El Pentágono ha hundido embarcaciones alegando narcoterrorismo, sin autoridad específica del Congreso para equiparar carteles con amenazas tipo al-Qaeda. Trump llegó a contemplar golpes en tierra que producirían imágenes virales de alto impacto. Sin embargo, no existe una vía segura hacia un resultado político estable: la fuerza disponible (unos 10.000 efectivos) no basta para una invasión convencional.
Además, un asalto quirúrgico para capturar a Maduro entrañaría riesgos catastróficos si fallara. El Financial Times recordó recientemente que la historia estadounidense en «nation-building» tras el empleo de fuerza es pobre. En Venezuela, el vacío tras una decapitación forzosa podría ser ocupado por facciones duras o bien consolidar a Maduro si una operación fallida le diera coartada para represión más profunda.
La Estrategia de Presión Multidimensional
El sobrevuelo de bombarderos estratégicos frente a Venezuela funciona como elemento de presión psicológica, infraestructura habilitante para un salto cinético rápido y mensaje extrarregional. La elasticidad jurídica del marco «antidrogas» ha permitido sortear barreras de empleo de la fuerza sin una guerra declarada. Por ende, la oposición legítima se halla fragmentada o en el exilio, y la continuidad institucional tras un choque sería incierta.
El peso principal de esta advertencia no reside en la probabilidad de ataque inmediato. Más bien, al declarar abierta la guerra a «narco-terroristas» y señalar a Maduro como uno de ellos, la administración ha cruzado una línea de la que es difícil retroceder sin demostrar fuerza. Finalmente, con la aparición del ala pesada, Washington señala que la coerción ha salido del plano discursivo para asentarse en una arquitectura real de teatro operativo.
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