Un estudio inédito sobre movilidad social en Ecuador revela que muchos jóvenes de las últimas generaciones ganan menos que sus padres, a pesar de estudiar más y trabajar más horas.
La promesa incumplida para los más jóvenes
Quienes nacieron entre 1987 y 1990 tenían razones para creer en el progreso. Sus ingresos mensuales llegaban a entre 740 y 785 dólares, superando los 635 que ganaban sus padres a esa misma edad. El mensaje parecía claro: estudiar y esforzarse abría la puerta a una vida mejor.
Pero el ascenso se frenó. Los jóvenes nacidos entre 1994 y 1998 reciben hoy apenas 549 dólares al mes, menos que sus padres en su juventud. En barrios de Quito y Guayaquil, hijos con títulos universitarios sobreviven con sueldos cercanos al básico, mientras sus padres levantaron una casa con oficios en construcción o comercio.
“Lo que vemos es una generación que trabaja más, que se educó más, pero que no recibe la recompensa que esperaba. Eso erosiona la confianza en el sistema y genera desencanto social”, explicó la economista Lorena Moreno.
Además, el 41% de las empresas en Quito y Guayaquil reconoce tener problemas para cubrir vacantes. La razón: muchos jóvenes no estudian ni se preparan en las carreras y habilidades que realmente demanda el mercado laboral.
El lugar de nacimiento de los jóvenes lo cambia todo
En Ecuador no todos los boletos de nacimiento valen lo mismo. Nacer en Galápagos multiplica por seis las probabilidades de ascenso social en comparación con Tungurahua.
Las cinco provincias con mayor movilidad ascendente son Galápagos, Pichincha, Azuay, Santa Elena y Sucumbíos. En contraste, Tungurahua, Esmeraldas, Chimborazo, Bolívar y Los Ríos se ubican al final de la lista, con escasas opciones de romper el ciclo de pobreza.
“La geografía en Ecuador pesa como un apellido. No es lo mismo crecer en un cantón turístico con empleo formal que en una comunidad rural atrapada en la agricultura de subsistencia”, señaló Diego Pozo, investigador.
Mujeres y hombres: un camino desigual
El género también marca diferencias. En promedio, a las mujeres les cuesta más superar el destino económico de sus padres. Sin embargo, en provincias amazónicas como Sucumbíos y Napo ellas han logrado más avances que los hombres gracias a la migración, mayor acceso educativo y programas sociales.
En la Sierra Central ocurre lo contrario. Allí persisten brechas educativas, rigidez en los roles de género y predominio de la agricultura de subsistencia. Estas condiciones reducen las oportunidades laborales de las mujeres y refuerzan la dependencia del ingreso familiar.
“El mercado laboral castiga doblemente a las mujeres: primero por la informalidad, y segundo por los roles de género que todavía las alejan de empleos mejor pagados”, advirtió Moreno.
Un futuro en pausa
El panorama general refleja estancamiento. Tres de cada diez hijos de familias pobres nunca logran salir de esa situación. Mientras tanto, casi cuatro de cada diez hijos de familias ricas mantienen sus privilegios.
La informalidad laboral, que afecta a más de la mitad del país, refuerza este círculo vicioso. Un trabajador formal gana entre 470 y 710 dólares, mientras que en el sector informal los ingresos apenas alcanzan entre 170 y 260 dólares. Esa brecha se transmite de padres a hijos.
“Una generación ya siente que, por primera vez en décadas, está peor que la anterior. Y ese desencanto se respira en cada joven que mira hacia atrás y descubre que sus padres, con menos títulos, lograron más que ellos”, concluyó Pozo.
Fuente: La Hora
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