En el contexto mundial de la problemática del desperdicio de alimentos, Ecuador destaca con cifras preocupantes: 1.2 millones de toneladas de comida terminan en la basura anualmente. Este fenómeno cobra aún más relevancia al considerar que el 27% de los niños menores de 2 años en el país sufre desnutrición crónica, aumentando al 39% en la niñez indígena. La paradoja entre barrigas llenas y vacías se hace evidente.
En la cotidianidad, rara vez asociamos el daño al planeta con la comida que desperdiciamos, y mucho menos pensamos en las personas que se van a dormir con la barriga vacía. ¿Cuánta comida termina en la basura de nuestras compras semanales o mensuales? La estadística global es impactante: según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se desperdician 931 millones de toneladas de alimentos anualmente en el mundo, el 17% del total disponible para los consumidores.
Factores como el crecimiento del tamaño de los refrigeradores y platos desde los años 70 contribuyen a este desperdicio. A su vez, la falta de respaldo científico en las fechas de expiración conduce al descarte innecesario de alimentos aún seguros para el consumo.
Frente a esta situación, diversas soluciones se plantean para reducir el desperdicio de alimentos en Ecuador. La implementación de dos etiquetas, una para frescura y otra para seguridad, emerge como una medida efectiva. Ejemplos de políticas exitosas en otros países, como la obligación en Francia de donar alimentos no vendidos y las multas en Corea del Sur por desperdicio, podrían inspirar acciones similares.
Además, el papel clave de organizaciones no gubernamentales y emprendimientos privados actúa como puente para abordar la paradoja alimentaria en el país. Al reducir el desperdicio, no solo se combate la desnutrición en todas sus formas, sino que también se contribuye a la prevención del cambio climático a nivel global. La necesidad de actuar es urgente para construir un futuro sostenible y equitativo para todos en Ecuador.
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